Las sociedades cimentan su esencia humanista en la actitud que tienen para crear espacios de debate y autocrítica que se constituyan en fuentes generadoras de suscitación ética y concienciación social conforme lo demanda el tiempo histórico. En este sentido, la sociedad pone a prueba su vocación democrática, cuando diseña y dicta políticas públicas que solventen, sin discriminación alguna, el efectivo goce de los derechos y las garantías establecidos en el ordenamiento jurídico. No obstante, cuando se presentan episodios que conmocionan y sorprenden por la alarma social que ocasionan, la sociedad pone a prueba la pretensión democrática con la que justifica la misma existencia del Estado –como máxima categoría histórica de organización social y política–, y se activa en todos sus espacios y niveles, sin que los actores sociales y políticos puedan desentenderse de su rol y responsabilidad social, al momento de responder ante esos eventos; los cuales, en el específico caso de la violencia sexual, son resultantes de una espiral que se va acumulando y escondiendo en el silencio encubridor de impunidad.
Las emociones que despiertan en las víctimas el recuerdo de actos de violencia sexual sufridos –como angustia, desesperación, rabia, o asco–, son marcados. La impotencia que a causa de la impunidad sienten las víctimas, socava lenta y constantemente la confianza pública en un sistema que, por una parte, no trata a los delitos contra la libertad sexual como un tema de salud pública, causados por la violencia machista, que, independientemente de si ha habido intimidación, abuso, penetración o uso de la fuerza, son un atentado a los derechos humanos; y por otra, con el silencio impuesto y cómplice, normaliza la masculinidad de un espacio patriarcal que marca a las víctimas con la identidad de poder y exclusión, y pone en duda sus denuncias.
En la violencia sexual de pareja, cobra importancia la calidad de la relación, ya que la violencia no se produce de improviso, sino que se inicia en la primera etapa del noviazgo. Cuando los problemas propios de la naturaleza dialéctica de la relación no son resueltos por la pareja con soluciones negociadas de reconocimiento de sí mismos en el otro, la tensión nace y se destruye la comunicación, haciendo que la víctima tenga una sensación inicial de necesidad de sosegar la situación; la escalada de la violencia se presenta con el abuso verbal o emocional, discusiones continuas y hasta amenazas que marcan una realidad violenta en la que luego de producirse el evento manifiesto de violencia, el abusador busca la reconciliación, minimizando el acto violento, y haciendo que impere una ambiente de calma aparente, que luego se rompe con otro evento al que le suceden otros tantos, en una espiral de violencia indetenible que daña a las víctimas y a sus familiares, y por ende a la sociedad.
Por:
Sylvia Sánchez, Especialista en Derecho Penal y Violencia de Género.